Siempre que se acercan las Navidades aflora en las familias la “necesidad” de aumentar los miembros de la casa, y claro… lo más fácil suele ser con un perro.
Un error que cometemos es entender el perro como un regalo para alguien, al final, hablamos de un ser vivo, sintiente, un animal que requiere atención y muchos cuidados. Pero aún es más sorprendente si se plantea ¡el “regalo” para un niño! Un perro tiene que ser para un adulto que préviamente haya comunicado el deseo de tener un animal y que comprenda las responsabilidades que conlleva tener un perro: inversión de tiempo, cariño, dedicación y gastos económicos… siendo consciente que es un compromiso a largo plazo.
Un niño/a puede responsabilizarse (en función de la edad que tenga) de comprobar que el perro tiene siempre el cuenco del agua lleno, o que faltan bolsas para recoger sus excrementos, o dar atención en los momentos oportunos. Pero nunca deberíamos adoptar un animal porque el niño/a lo ha pedido y satisfacer así su anhelo, convirtiendo al perro en un regalo más de Navidad. Empecemos dándole la importancia que merece y trabajemos desde el minuto 0 y no promovamos el abandono por culpa de una decisión poco meditada.
Después de analizar el Informe sobre Abandono y Adopción de la Fundación Affinity, recomiendan como medida que “la decisión de regalar un animal de compañía por Navidad se tome con responsabilidad y se eviten las compras o adopciones impulsivas“.